Caso Florence Cassez (3 de diciembre 2016)

Fuente: M Le magazine du Monde

Autora: Joëlle Stolz

El 3 de diciembre de 2016 (Publicación original en francés el 15 de octubre de 2016)

Traducción: Rodrigo Mendoza

Para toda Francia, Florence Cassez fue por siete años prisionera de México. Tres años después de su liberación, la joven mujer trata de reconstruirse junto a sus padres en Dunkerke. Un  regreso a la normalidad que no llega a serlo de verdad. 
“Esta historia, yo no estaba preparada para vivirla. Pero sobre todo, yo no estaba preparada para escapar de ella. De pronto, estás rodeada de toda esa gente, cuando estabas acostumbrada al capullo protector de tu celda”.

Dunkerke es una ciudad tranquila, abierta a los vientos del Mar del Norte, atravesada por el vuelo de las gaviotas. Y, sin embargo, llena de cicatrices: Veinte veces tomada y retomada en el curso de su historia, al precio de terribles batallas. Una ciudad que ha tenido que defenderse y reconstruirse muchas veces. 

Es a este lugar, al cual la vida ha conducido hace algunos meses a Florence Cassez, antigua prisionera en México. Tras el torbellino que siguió a su liberación y su regreso a Francia a finales de enero de 2013.

Siete años de desgracia, encerrada bajo el cargo de secuestro en una cárcel mexicana, desde la cual jamás dejó de clamar su inocencia. Y tres años de felicidad, de estar libre, de llevar una vida de mujer normal, de por fin concebir un hijo, regalo milagroso para quien veía con angustia el transcurrir del reloj biológico:  detenida a los 31 años en diciembre de 2005, sale de prisión a los 38 años.  Pero han sido también tres años de dudas y de desaliento. No es fácil afrontar la realidad de un país en crisis, cuando se ha sufrido un extrañamiento forzado durante tanto tiempo. No es fácil caer de pie después de tal historia.

Por Florence Cassez, el presidente Nicolás Sarkozy no dudó en poner en jaque el  año de México en Francia en 2011. François Hollande conservó esta línea a su llegada al Eliseo.  “Ambos han estado siempre dispuestos a ayudarme”, enfatiza Florence. Al descender del avión en Roissy, en 2013, el ministro socialista de Relaciones Exteriores, Laurent Fabius, había venido a recibirla en persona, seguido de numerosos periodistas. Simpatizantes de derecha y de izquierda, y un sólido batallón de escépticos de todas las procedencias: una causa nacional más allá de las fronteras partidistas, sin alcanzar, sin embargo, la unanimidad: “Esta historia, dice ella, yo no estaba preparada a vivirla. Pero sobre todo, yo no estaba preparada para salir de ella. 

Resulta mucho más difícil, cuando es necesario re-aprender todo de nuevo: no reconoces nada, la tecnología ha cambiado, y de pronto está toda esa gente, esa multitud a tu alrededor, cuando estabas acostumbrada a la soledad del confinamiento.”

Cuando nos reencontramos en Dunkerke, en este mes de septiembre (por primera vez después de nuestros dos contactos en la prisión de Tepepan, en México) ella conserva su cascada de cabellos rojizos, su silueta estilizada, esa forma física impecablemente forjada por la danza clásica.

Bella, pero tensa como un arco. Estresada, apunta Bernard, su padre, quien la ha sostenido sin desmayo junto a toda su familia a lo largo del trance mexicano y la acompaña hoy a su regreso al norte del país. 

La moral de Florence durante este tiempo está como una marea baja. La enorme crecida que la había llevado con su oleaje de espuma y escarcha ha descendido, depositándola sobre la arena. Ella viene de separarse sin drama de Fausto, su marido franco-mexicano, que la había llevado a vivir a Annecy. Su hijita Fleur nació en febrero de 2015. Esta unión con un hombre considerado le hizo bien, aun cuando ella reconoce haber tomado una decisión demasiado rápido: “quince días después de mi liberación, fui a instalarme con él”. El deseo de rescatar la vida adulta de la cual había sido despojada durante los años de encierro – ella que quiso siempre ser independiente, habiendo dejado la escuela por entrar en la vida activa – la llevaron a desechar los sabios consejos de su entorno.
 

De regreso, pues, al lugar que había querido evitar. Pero incluso el vivir en la misma casa de sus padres tiene sus ventajas: cuando uno cría un niño pequeño: su papá y su mamá, Charlotte, están siempre ahí para ayudarla. Su vecindario, de espectaculares techos puntiagudos que recuerdan los puertos hanseáticos, se llama “Le Grand Large” (“Gran Mar Adentro”), y ha sido emplazado en proximidad al mar, donde estuvieron situados los astilleros navales. 

En el Norte, Florence Cassez está en su casa. “Bienvenida a tu ciudad”, proclamaban los afiches que el alcalde (para la época) de Dunkerke,  el socialista Michel Delebarre, había hecho fijar en las calles después de su liberación. En Lille, donde nació, en Bethune, donde había residido, en Calais y en Roubaix, donde había trabajado. 

Hasta por su apellido, que termina en “z” y no en “r”, señal de la antigua dominación española en Flandres. Ella tiene raíces en esta región de Hauts-de-France, donde la solidaridad continúa siendo un valor importante.  Pero el confort de sumergirse en un ambiente familiar no resuelve su más crucial problema: encontrar un trabajo. Autodidacta, ella pudo desde muy joven, y sin diploma, ascender en la escala jerárquica del almacén Eurodif de Calais hasta alcanzar la dirección, y luego ser reclutada por un cazador de talentos que le ofrecía duplicar su salario en H&M, en Roubaix, antes de rechazar una promoción y renunciar. Es en ese momento, en 2003, fue que ella decidió reunirse en México con su hermano Sebastián, dos años mayor que ella, casado, padre de dos niños y dueño de una pequeña empresa comercial. Sin sospechar que ese país tan atractivo se convertiría en una trampa para ella.

Hoy en día Florence dimensiona una vez más el tiempo perdido: “En mi cabeza, yo tengo todavía 30 años, las mismas ganas, esa pasión de avanzar que se tiene a los 30 años. Pero para los otros, yo tengo 41. Es esto lo que es difícil, este desfase. 

Hay 7 años de mi vida que me fueron robados”. Sin embargo, a pesar de tantas decepciones, ella viene de recibir la propuesta de un cargo en Pole Emplois, en Calais: va a trabajar en una oficina, en contacto con desempleados. El pesar y el deseo de salir adelante, el abatimiento que te corta las alas cuando las puertas se cierran: ¿quién puede comprenderlos mejor que ella?

Hace 3 años, pasada la euforia de los primeros meses en libertad, ella tuvo que desengañarse, constatando que su singular historia, a fin de cuentas, la perjudicaba. “Habían hecho de mí una heroína, casi una santa. De pronto, al salir libre, el encanto desapareció. Yo veía en los ojos de la gente que no era en absoluto como ellos me habían imaginado”. Ella admira el coraje de su hermano Sebastián – instalado en el sur después de haber sido objeto de amenazas en México – de haber emprendido, con más de 40 años, estudios de enfermería, en paralelo con su compromiso de bombero voluntario. Él quiso siempre “ayudar a los demás”, dice ella de Sebastián, a quien considera como un hermano gemelo. Aunque ella repite que no regresará jamás a México, “jamás, insiste, aunque me ofrezcan todos los honores”, hay detalles en su apartamento, como los pequeños cuadros de colores vivos que cuelgan de la pared, que recuerdan al país. Además está  Fleur, su hija, hija también de Fausto, de piel mate, ojos y cabellos negros, “más mexicana que el pulque”, se dice allá para aludir a la bebida de los antiguos aztecas, fermentada a partir de la pulpa del mezcal. 

Ella prefiere permanecer lejos, pero México no la olvida tampoco.  “Una parte de la sociedad mexicana ha integrado el asunto de  Florence Cassez como un caso de escuela que no debiera nunca repetirse”, explica por teléfono desde Montreal el filósofo David Bertet, presidente de la Asociación Canadiense por la Verdad y el Derecho (ACVD) quien se interesó desde el principio en su caso. “En la Universidad Nacional Autónoma de México y en otras prestigiosas facultades se sacan lecciones de este caso, en el sentido de subrayar la absoluta prioridad del respeto por las reglas de procedimiento – el debido proceso – y por los derechos fundamentales”.

Desde 2010 existe un blog “México por Florence Cassez“, subtitulado “Luchemos juntos contra la fabricación de culpables en México”. El jurista Manuel Alejandro Vázquez ha analizado el caso en una obra (“El Caso Florence Cassez”), mientras que una juez de la Corte Suprema, Olga Sánchez Cordero, lo ha presentado en una conferencia en 2014, como “un caso paradigmático”. Esta posteridad jurídica, siendo que ella ha tenido que responder tan frecuentemente a la misma interrogante:

“Explíqueme porqué usted no es culpable”, “me agrada”, dice hoy en día Florence Cassez. Cada periodista mexicano que se inclinaba de su lado – como Alfredo Méndez, del diario de izquierda “La Jornada” o Héctor de Mauleón, cuyo artículo en la revista Nexos marcó un giro en la percepción del caso por parte de la opinión pública – añadía una piedra a la lenta reconstrucción de la autoestima, después del desastre inicial: “una mañana me desperté y la tierra entera, a excepción de mis padres, me creía culpable”. Uno de los libros más vivamente discutidos en 2015 fue el de una periodista belga instalada de larga data en el país. En “El Teatro del Engaño”, dedicado a los pretendidos cómplices de Florence Cassez, miembros de la supuesta banda del Zodiaco, Emmanuelle Steels demuestra que tal banda era una pura invención de la policía. La obra hizo tanto más ruido cuanto que aclaraba la suerte reservada al antiguo compañero de la Francesa, Israel Vallarta: casi 11 años después de su arresto, todavía no ha sido juzgado y permanece encerrado en un establecimiento penitenciario de alta seguridad, mientras dos de sus hermanos y tres de sus primos han sido encarcelados sobre la base de confesiones arrancadas bajo tortura.

“Ha sido muy difícil establecer contacto con la familia Vallarta, explica el canadiense David Bertet, a tal punto estaba ella maltratada y desconfiaba de todo el mundo”. Pero los juristas que siguen el caso ya han logrado hacer liberar, en la primavera de este año, a los dos sobrinos de Vallarta que quedaban detenidos. “Ahora vamos a pasar a los hermanos de Israel, Mario y René. Cada liberación reforzará las probabilidades de que él mismo salga al fin de prisión. Cuando lleguemos al final de este expediente, Florence se sentirá muy aliviada”, dice Bertet, convencido de que los Vallarta, al igual que la joven mujer, han sido víctimas de una maquinación orquestada por Genaro García Luna, antiguo ministro de seguridad en la era del presidente Felipe Calderón.

García Luna ha reconocido haber puesto en escena el arresto de la pareja por la televisión a fin de promocionar la eficacia de sus servicios en la lucha contra la criminalidad. Luego él nunca perdonó a la francesa haberlo desenmascarado en directo por la televisión mientras estaba en detención preventiva: en 2008, Florence Cassez es condenada a 96 años de prisión, pena reducida a 60 años un año después, siendo cubierta la manipulación por la Administración, por orgullo nacional. Visto desde Europa, todo eso parece digno del Conde de Monte-Cristo. En México, es posible.

“La maquiavélica serie estadounidense ‘House of Cards’, comparada con México, es Caperucita Roja”, comenta Anne-Marie Mergier, del semanario “Proceso”. Víctima de un error judicial, Florence Cassez quería, a su liberación, “hacer algo por los otros”. Así nació la idea de interrogar, para emisiones producidas por Melissa Theuriau, cuatro hombres condenados por tribunales franceses, para ser luego absueltos al revisar su proceso.

Dos son notables: Christian Iacono y Jean-Louis Muller, los otros dos provienen de medios populares: Loïc Sécher y Brahim El Jabri. Si se han confiado a ella, es porque ella conoció, como ellos mismos, la mancha de la falsa acusación, tan difícil luego de borrar.

Melissa Theuriau forma parte de la decena de periodistas que han trabado con Florence Cassez, cuando ella estaba detenida, una amistad que va bastante más allá de interés profesional, y “que nunca (me) abandonaron”, dice ella. La destacada serie “En los ojos de Florence” fue difundida durante la primavera de este año en la emisora encriptada Planeta +. La periodista admira “la fuerza mental” de Florence. “Yo le aconsejé, después de su liberación, evitar erosionarse recorriendo los estudios de televisión. Ella ha sabido salir en buen momento de este torbellino”. Mientras preparan una nueva serie – dedicada a las mujeres que han logrado salir de una situación de violencia familiar –  una y otra se esfuerzan por ir en ayuda del marroquí Brahim El Jabri, quien continúa sin permiso de estadía ni indemnización a pesar de haber pasado 13 años “por error” detrás de los barrotes. El riesgo de poder ser expulsado en cualquier momento hacia Marruecos, siendo que su familia vive en Francia, persigue a la antigua detenida.

El abogado mexicano de Florence Cassez, Agustín Acosta, quien con Frank Berton, estrella del colegio de abogados de Lille, ha luchado encarnizadamente por su liberación – ha solicitado en su nombre indemnización por daños y perjuicios a México. “Pero, precisa ella, todo lo que yo quiero, es que se reconozca mi inocencia. Más que al Estado Mexicano, yo encontraría apropiado que Calderón y García Luna sean condenados a indemnizarme”. Ella, por otra parte, ha presentado una demanda por detención arbitraria y tortura, ante la justicia francesa contra los responsables mexicanos de su encarcelamiento, explica la abogada Sophie Thonon-Wesfreid, especialista de violaciones a derechos humanos en América Latina. Pero el procedimiento se atasca: “Yo siempre temí que lo diplomático y lo comercial prevalezcan por sobre la búsqueda de la verdad”, agrega la abogada. Una vez liberada Florence Cassez, París y México tenían prisa de pasar la página del caso.

Este va, sin embargo, a volver sobre el tapete con ocasión de la película que se prepara a filmar, en 2017, el cineasta Fred Garson, antiguo asistente de Luc Besson. Intitulada “La Française”, la película se concentra en los siete años de cautividad y en la lucha de la joven mujer contra García Luna. “Es la naturaleza de Florence que la condujo a la prisión y es su naturaleza, esa fuerza animal, esa espontaneidad, pero también su capacidad de análisis, que le permitieron liberarse”, resume el productor Benoit Jaubert. El lugar del rodaje no se ha fijado todavía, pero una cosa es segura, no será en México. “Uno no esta loco, dice Jaubert. Para el 90% de los mexicanos, ella sigue siendo culpable”.       

Con la amable autorización del diario Le Monde.

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