Fuente: En Vero (Español)
Autor: Juan Giraldo, estudiante del Doctorado en Filosofia – Université de Montréal (Canada)
El 17 de julio de 2017
Pensar la posibilidad de un paíz en paz
Conferencia presentada en el evento Adiós a la Guerra: Sentido de Vida, Memoria y Paz
Bogotá, Colombia 2016
Desde hace algunos meses he intentado dedicar parte de mi tiempo a pensar si una paz duradera es posible en nuestro país. Lastimosamente debo confesarles que aún no he encontrado ninguna idea capaz de orientar mi pensamiento en esta dirección. No quiero compartir aquí estos ejercicios fallidos, pues considero que ellos son superfluos en un momento en donde lo urgente se impone como sentido. No tenemos más tiempo para divagar. Todas nuestras fuerzas deben concentrarse en develar lo que debe ser primero, es decir, en marcar una “X” y empezar a pensar.
Quiero ser claro. Como les dije anteriormente, ninguno de los ejercicios que me he propuesto ha dado los frutos que esperaba. Ninguno me ha ofrecido una sola señal, una sola pista lo suficientemente clara que me indique en donde poner la “X”. Sin embargo, y dado que no soy un escéptico o un cínico que deja todo a la necesidad o al azar, debo aceptar que no todos mis esfuerzos han sido una perdida de tiempo. Hoy quiero compartir con ustedes una idea que aún me parce sugestiva acerca y que podría decirnos algo acerca de por donde empezar un proyecto de paz duradero.
Antes de empezar quiero hacer tres aclaraciones: lo primero que quiero decir es que esta idea se deriva de una anécdota sobre Diógenes de Sinope. Lo segundo que quiero aclarar es que esta anécdota me fue contada de manera imprecisa por un amigo y lo tercero es que todo lo que voy decir aquí se funda sobre versión tergiversada de mi amigo y no sobre la anécdota documentada.
Mostremos la imprecisión en la historia de mi amigo antes de continuar. En la anécdota documentada, Arístides dice a Diógenes: “si adularas al rey como yo, no tendrías que comer lentejas”, a lo cual Diógenes responde: “si disfrutaras de tus lentejas no tendrías que lamer los pies del rey antes de sentarte en su mesa”.
Vamos ahora a la anécdota contada por mi amigo. En ésta, Diógenes está lavando unas verduras y Platón le dice: “si hubieras aceptado ser el tutor del rey no tendrías que lavar tus verduras”, a lo que Diógenes responde: “si lavaras tus verduras no tendrías que ser el tutor de un tirano”.
Creo que para todos nosotros es evidente porque elegí la anécdota modificada de mi amigo y no la historia documentada en los libros de filosofía. El vigor de la respuesta de Diógenes en la historia imprecisa es evidente: “si lavaras tus verduras no tendrías que ser el tutor de un tirano”. Esta actitud moral me parece invaluable y considero que ella debe guiar toda mi reflexión. Pero ¿Por qué es tan importante esta actitud? Debo aclarar que lo que me sorprendió de la respuesta de Diógenes no fue su referencia al tirano, sino al valor que éste adjudico “al saber practico” de lavar sus propias verduras.
Considero que este saber práctico nos ofrece una la figura clara de lo que deberíamos entender cuando decimos “agente moral”. Derivemos un primer saber de la versión modificada por mi amigo y digamos que: un agente morales es aquel que funda su acción sobre un saber práctico que le permite actuar de manera independiente de todo tirano, es decir, un agente moral es aquel que, en tanto capaz de lavar sus vegetales, puede decidir de manera independiente.
Creo que esta manera de entender las cosas nos muestra en donde puede encontrarse la “X” que estamos buscando para empezar a pensar. Las peguntas son simples: ¿cuál es ese saber que ha liberado a Diógenes del poder del tirano? Y ¿es posible que alguien pueda enseñar este saber moral a los agentes?.
Presentemos entonces nuestra manera de pensar: si logramos identificar el saber que ha liberado a Diógenes del tirano, podríamos encontrar una pista que oriente nuestro pensar. Sin embargo, debo decirlo nuevamente antes de general falsa expectativas, aunque considero que esta idea es atractiva, no pienso que ella pueda convertirse en lo que debe ir primero al momento de pensar un proyecto de paz duradera.
Avancemos en nuestra ruta y propongamos una metodología en tres momentos. Lo primero que haremos es presentar una hipótesis inspirada en la anécdota de Diógenes de Sinope, enseguida mostremos algunas de las consecuencias prácticas de esta hipótesis y, finalmente, establezcamos el saber práctico que se deriva de esta hipótesis y presentaremos algunas observaciones sobre su enseñabilidad.
Presentemos inicialmente nuestra hipótesis. Lo que queremos sostener aquí es que el tirano es aquello que se interpone entre Platon y las verduras, es decir, es aquello que modifica la relación que el hombre establece con el mundo. No solamente considero que esta idea es sugestiva porque ella nos muestra como la distancia afecta la relación entre los agentes y el mundo, sino que ella nos muestra también como este fenómeno afecta las acciones emprendidas por los agentes.
Uno podría caracterizar esta idea diciendo que todo aquel que acepta el dominio del tirano, renuncia al contacto de sus manos con las verduras. Pero, ¿en qué consiste esta distancia y cuáles son sus efectos cuando pensamos la paz?
No me interesa hacer aquí una crítica a la sociedad técnico industrial, no quiero mostrar que el pensamiento técnico ocupa un lugar privilegiado en nuestros modos de pensar y de actuar. Lo que pretendo es mucho más modesto: evidenciar que el objeto que ha sido arrancado a la cultura et industrializado, no solamente aleja la mano del mundo, sino que termina por formar el juicio de los agentes. Es decir, mi propósito es simplemente afirmar que el producto higienizado por la industria se instala entre la mano y el mundo. Esto es lo que denominaremos de aquí en adelante el tirano.
Presentemos un ejemplo: Desde el momento que la leche fue arrancada de la ubre de la vaca por la industria y por las instituciones, el gusto del niño fue alterado y el juicio sobre lo bello y lo bueno comenzó a depender de las trasformaciones hechas por las instituciones.
Lo que estoy sosteniendo en el fondo, es que si queremos restablecer la acción de los agentes morales con miras a garantizar una paz duradera, seria necesario concentrar nuestro interés en la formación del gusto de los agente, es decir, en la formación de un sentido de lo bello capaz de poner en evidencia la artificialidad del tirano que se ha impuesto entre la mano y el mundo. Esto no significa que lo que propongo sea una eliminación de los productos, del mercado o de las instituciones. No me considero un anarquista y no pretendo serlo. Lo que creo es que debemos desarticular la relación que se ha establecido entre las instituciones y la higiene, es decir, entre el producto/saber y la civilización.
Digámoslo de manera mas clara: una teoría del gusto es lo que se encuentra a la base de lo que quiero compartir con ustedes. Es importante aclarar que utilizo la vieja expresión teoría del gusto para evitar que lo bello sea reducido a un problema de arte y de los artistas. Sin embargo, permítanme decirles que esta utilización no es totalmente arbitraria. Durante los siglos XVII y XVIII el interés por las teorías del gusto fue mayor y sus resultados aportaron, de manera sustancial, a la formación de diversas teorías estéticas. La reflexión de Kant sobre lo bello y lo sublime es un ejemplo de la influencia de estas teorías.
Pero no nos desviemos en esto. Continuemos más bien con nuestra hipótesis y vinculémosla con la idea una formación del gusto.
Si lo que se interpone entre la mano y el mundo forma el juicio de los agentes frente a lo bello y lo justo, la formación del gusto debe convertirse en un propósito prioritario de las sociedades contemporáneas. Esta no es una hipótesis innovadora. Sulzer ya la había propuesto en 1770. La formación del gusto implica la formación de un grupo de sentidos que los agentes incorporaran o no a sus proyectos, sus planes y sus sueños como miembros de una comunidad particular.
Antes de continuar queremos aclarar que este es el problema de nuestra idea y que es por esto que lo que estamos diciendo no puede convertirse en el primer punto de un proyecto de paz duradera. El problema es el siguiente: si el gusto de los agentes morales puede ser formado, ¿quién debe ser el encargado de administrar estos sentidos que darán forma a la acción moral? Este no es un problema nuevo. Todos aquellos que estén familiarizados con la filosofía moral sabrán que este es el argumento que se erige en contra de las teorías que sostienen un tipo de relativismo moral.
Es por esta razón que desde el principio insistimos acerca de las limitaciones de lo que estamos diciendo aquí. Sin embargo, es importante resaltar, una vez más, que aunque reconozcamos este problema, este ejercicio no es totalmente infructuoso. Recuperemos lo dicho y veamos sus aportes: el tirano (el producto higienizado) se interpone entre la mano y el mundo y, en tanto que él es algo se pone en medio, su presencia afecta los modos de decir y de relacionarse que los agentes establecen entre ellos y lo bello.
Es esta alteración del gusto (es esta alteración de nuestra capacidad de juzgar), lo que nos exige hoy que desarticulemos los sentidos que se interponen entre la mano que toca y el mundo. Hoy más que nunca se hace necesario desarticular los sentidos que el discurso de lo higiénico han ido estableciendo. Hoy es necesaria una teoría del gusto capaz de desarticular estos sentidos y de recudir la distancia que se ha impuesto entre la mano que toca y el mundo. Por decirlo más claramente: hoy es necesario que la mano entre en contacto con los vegetales, con aquello que nos circunda. La mano debe tocar nuevamente la Naranja y el árbol de naranja con el fin de formar un gusto independiente de la tiranía de lo higiénico.
Lo que hemos dicho hasta aquí no significa que la mano que toca el animal o la planta se convierta en una mano incapaz de disfrutar de los productos higienizados, todo lo contrario, significa solamente que la mano comprende que el tirano se interpone en la formación de su gusto. Esta es la independencia que buscamos, y este el saber practico que, a mi juicio, debería constituir el propósito de la formación del agente moral.
Creo que ahora es claro para todos la idea que estamos atacando aquí: los productos higienizados por la industria y las instituciones forman nuestro juicio y nos distancian del mundo. Si aun no estamos convencidos de esta manera de entender, podríamos decir que: estar distantes, tomar distancia, sentirnos distantes, amarnos a distancia, o solamente distanciarnos, son algunas de las variaciones que se han venido instaurado en nuestras relaciones con el mundo y con los otros. Es decir, el discurso de lo higiénico nos distancia y se convierte en el principio que forma nuestro gusto.
Pongamos un ejemplo y les ruego me disculpen el lenguaje: esta mas a la moda tomar agua de la botella que del rio (si es que aún queda un rio del cual podamos beber), o, esta mas a la moda llevar al colegio un jugo en caja que un jugo de piña, o simplemente la piña. Repito. No estoy en contra de lo productos, pero creo que es importante comprender que ellos forman nuestros modos de decir y de relacionarnos con el mundo.
Cuando imagen que tenemos de una fruta se convierte en una figura impresa en una caja, olvidamos las manos del campesino que cultiva y el valor de la tierra fértil, es decir, con la imagen impresa la fruta ha sido higienizada y hemos perdido de vista el valor de la vida y de lo que está vivo. Imagino que para muchos de ustedes este discurso se encuentra a una distancia enorme del tema de la paz duradera. Para mí, este es precisamente el problema de la paz. Sin embargo, esta no es solamente mi opinión. La sensación de distancia que aparta la mano y del mundo no es reciente y ella ya ha sido vinculada con la guerra y la paz. Los filósofos de la sospecha y aquellos que criticaron y critican la sociedad técnico industrial, han defendido argumentos similares. Freud, por ejemplo, ya había reconocido en su ensayo de 1915 que un cierto tipo de desorientación comenzaba a marcar las significaciones que atribuimos a las impresiones que nos agobia.
Para nosotros el problema no es simplemente estar distanciado de los hechos del mundo el problema es que esta distancia permitido la emergencia de un discurso higiénico de los rostros de la victima, del mutilado y del abuzado. Siempre será mas fácil pensar en cuatro millones de víctimas, que en mirar a los ojos a una sola de ellas. Cuatro millones es solamente el tirano que se interpone entre la mano y el mundo, y con él, el olvido se instala como presupuesto higiénico. Creo que ahora es más claro cómo esta reflexión se vincula con la idea de una paz duradera. No estamos hablando aquí de los productos industriales en general, estamos hablando de como la higienización ha sido el epicentro del discurso de las instituciones (la industria es solamente un ejemplo de ellas). Al parecer el mundo contemporáneo privilegia mas la acción que se separa la mano del mundo, que aquella que abre el surco antes de plantar el árbol.
El tiempo se agota y quiero dedicar la última parte de esta reflexión al tercer momento que nos propusimos desde el inicio. Digamos brevemente: si el saber práctico consiste en que el agente sepa que el tirano se interpone entre la mano y el mundo, la cuestión que se abre es saber si este saber practico puede ser enseñado o no. A nuestro parecer, la respuesta es no. Sin embargo, aunque este saber no puede ser enseñado, esto no significa que el no pueda ser aprehendido por el agente moral. Pensémoslo así: el saber del que estamos hablando no es un contenido, no es un tema específico o una parte de un tema. Él es una práctica y solamente puede ser aprehendido prácticamente.
Es solamente en nuestras relaciones directas con los otros, en donde podemos encontrar este saber práctico, es decir, este saber se encuentra en los labios del recién nacido que toman leche del seno de la madre y en la mano que abraza sinceramente al que sufre. Que lo único que se interponga entre nosotros y el mundo sean los límites de nuestra propia piel.